Vosotros sois la luz del mundo...

Vosotros sois la luz del mundo...

La beatificación de este domingo 28 de octubre de 498 mártires de la última persecución religiosa en España es una fiesta de acción de gracias, de alabanza y de interpelación para toda la comunidad cristiana. Es también una nueva ocasión para reller con detenimiento y provecho el mensaje que la Conferencia Episcopal española hacía pubñico seis meses antes de esta celebración, titulado "Vosotros sois la luz del mundo". En él encontramos las razones y los significados de la celebración, que congrega en Roma y en españa a miles y miles de personas. Y es que, lejos de tanta polémica sectaria, artificial e interesada como a la que hemos asisitido, la glorificación de 498 cristianos que dieron su vida por jesucristo es una ocasión para el gozo, la esperanza, la reconciliación y la revitalización de nuestra Iglesia.

La fiesta de estas beatificaciones es una nueva visibilización de que el discípulo no puede correr una suerte distinta a la de su Maestro. En los discípulos revive Jesús su martirio. Los mártires, y con ellos la iglesia al reconocer y proclamar su martirio, glorifican a Dios por la fe que vence al mundo. Además, estos mártires de hace setenta alis se insertan en una historia, la del martirio cristiano, que ha acompañado, acompaña y acompañará su historia como una de sus señas de identidad y como fecunda siembra de vida cristiana.

Los mártires están por encima de las trágicas circunstancias que los han llevado a la muerte. En concreto, los mártires de los años treinta del siglo XX en España se vieron arrastrados y fueron víctimas de ideologías totalitarias que pretendían eliminar de la tierra el nombre del Dios de Jesucristo. Nuestros mártires, los beatos del 28 de octubre, con edades comprendidas entre 78 y 16 años, pertenecientes a los distintos estados de la vida cristiana y reflejo de los diversos ámbitos y realidades sociales, no estaban en inguna guerra ni en ningún bando. No hacían política sino que estaban sirviendo a la iglesia y a la sociedad con lo mejor de sí mismos y en pos de construir un mundo, una España, mejor, más justa, más solidaria y más de Dios. ese fue su "delito", su único "delito"... ¿Cómo no iba entonces la Iglesia a reconocer, exaltar y proponer el heroísmo de sus vidas y de sus muertes? Con su beatificación no se condena a nadie, ni se va en contra de nadie. Se glorifica su existencia generosa y entregada hasta el final y se ofrece su ejemplo como luz del mundo y sal de la tierra.

Los mártires, ahora nuestros 498 mártires del 28 de octubre, son testigos creíbles, coherentes y fructuosos de la fe cristiana y del anuncio con la propia vida de que jesucristo es el único Señor del tiempo, de la historia y del entero devenir humano. Son igualmente luminoso signo de esperanza porque el martirio, como afirmó el Papa Juan Pablo II, es la encarnación suprema del evangelio de la esperanza, que no defrauda. Los mártires son también signo de amor, de perdón y de paz. Murieron perdonando a sus verdugos y se conviertiron, de este modo, en artífices de reconciliación y en constructores de concordia. Son asimismo profecía de redención y de un futuro divino, verdaderamente mejor para cada persona y para todos. Son anticipo de la Nueva Humanidad. Y son, en suma, testigos supremos de la Verdad que nos hace libres y nos salva.

Por todo ello, los mártires son un signo elocuente y grandioso que se nos ofrece como don, y que debemos contemplar, agradecer eimitar. Son estímulo para la necesaria renovación de la vida cristiana, máxime en tiempos de indiferentismo religioso, de secularización interna y externa y de laicismo militante y excluyente. Los mártires son modelos y mediadores para fortalecer nuestra fe, revigorizar nuestra esperanza, encender nuestra caridad, promover una vida comunión eclesial y difundir la tan apremiante Nueva Evangelización. Demos gracias a Dios por ellos y celebremos con gozo su glorificación. Ellos nos iluminan el camino y nos ayudan con su ejemplo e intercesión. Nuestra Iglesia y nuesxtra sociedad precisan de su testimonio de fe, esperanza, de caridad y de perdón.