Adiós Hermanas...

Adiós Hermanas...

Me marcho tan pobre como vine,
llevándome tan sólo lo que traje,
mis manos y mis pies para el servicio
como único equipaje,
y un rosario de latón entre mis dedos
apuntando el motivo de mi viaje:
anunciar el evangelio con mi vida
y vivirlo a la intemperie, sin ambages.

Me marcharé, por fin, una mañana,
hacia otra misión desconocida:
Siempre en la vida la tarea de los pobres
como partida habiéndome dejado un trozo de mi vida
en el surco labrado que han de segar
un día las hoces y machetes de otros operarios
enviados a las mieses maduras y crecidas.

Pero llevo conmigo en la mochila
los rostros de los niños y las niñas,
las luces del crepúsculo del anciano,
los llantos y las risas de mi pueblo
las danzas de mi gente,
los trinos de los pájaros,
las noches en la capilla,
de la mano de la Virgen Milagrosa
desde donde escucho la voz susurrante de Santa Luisa:
«Sed empeñosas en el servicio de los pobres...
amad a los pobres, honradlos, hijas mías,
y honraréis al mismo Cristo».

El rostro del Señor he contemplado.
El amor de este pueblo, mis Peñas,
a quien tanto he amado, y, lo más importante:
Me marcho igual de pobre pero en amores rica.
Y sólo pido a Dios salud para el camino
y una barca en algún puerto donde poder partir a nuevos mares,
donde los pobres seguirán siendo mi faro.

Lo demás no me importa,
que nunca me faltaron motivos para encontrar
donde gastar mi vida en servicio alegre del Reino.
La Virgen en lo alto del castillo,
El mismo Dios por las calles del pueblo,
Una lagrima callada y una sonrisa,
Una oración a la Virgen:
Me marcho tan pobre como vine,
llevándome tan sólo lo que traje,
mis manos y mis pies para el servicio
como único equipaje.