En el aniversario de mi entrada en Peñas

En el aniversario de mi entrada en Peñas

PUBLICADO EN EL LIBRO: ACOMPAÑENTES EN LA FE, de Celia Monteaguado

Mi nombre es José Joaquín, y han pasado treinta y dos años desde que nací en Albacete. Tengo dos hermanos. Y siempre he dicho que mi familia es muy grande; en ella están y siempre han estado mis abuelos, mis tíos, mis primos,… La fe la he mamado desde muy pequeño, como se suele decir, he crecido en una familia católica. El apodo de mi familia materna lo dice todo “los curas”. Aunque este apodo no ha significado nada aparentemente en mi vida, tan sólo significa que mi familia tiene ondas raíces cristianas, de ella han salido seminaristas alguna misionera y religiosa.

Mi vocación ha tenido muchos espacios y cimientos: mi familia, mi colegio, el Seminario,… Mi colegio es Escolapios, pasé 10 años de mi vida y crecí en la fe; allí conocí un poco más a Dios. Muchos años en el grupo scout del colegio, en el Movimiento Scout Católico Calasanz, años preciosos.

Desde muy pequeño pensé en la posibilidad de ser cura. Veía a los curas de mi pueblo, El Salobral, a José Luis López y a Juan Fernández Selva y los veía felices. Yo iba a misa con mis abuelos y sentado en el reclinatorio del primer banco recuerdo estar jugando mientras la misa. Poco a poco crecía y recuerdo cómo en casa jugaba también con mis playmovil y no faltaba nunca una iglesia y un cura entre tanta guerra y tanto soldado. Algunas veces invité a alguna especie de misa a mi padre y a mi hermano y el cinturón del albornoz hacía las veces de estola… Pero de eso hace mucho tiempo… Voy creciendo y mi vocación crece en el colegio y en los Scout. El padre Olaso es para mí un ejemplo de sacerdote, un cura de los buenos… (de esos que yo nunca llegaré a ser…).

Momentos fuertes de experiencia de Dios con 13 y 14 años en la Pascua Juvenil de La Casita,… Éste es un momento clave de Tabor. La experiencia del silencio, de la oración delante del sagrario, del encuentro con el Señor cara a cara. Preguntarse qué me pide el Señor aunque sea a esa edad tan joven. La Semana Santa vivida en La Casita, en cada una de las celebraciones me marcó. Por aquella época, mi primo entra en el Seminario Menor, y me invita a irme con él. Yo le digo que no. Por dentro estoy deseando irme. Y es mi madre la que después de un par de años me dice si me quiero ir al Seminario con él. ¡Qué bueno es Dios! Yo creo que no me hubiera atrevido nunca a decirlo… Entro al Menor en 2º de BUP, con catorce años.

En el Seminario he encontrado gente muy buena. Los educadores han sido los mejores: César Tomás, Santi Bermejo, Pedro Plaza, Javi Valero, Florencio Ballesteros y Pedro Ortuño. A César y a Javi les tengo un especial cariño, ellos me han acompañado siempre y han sido un gran apoyo en el camino; son mis padrinos junto a José Luis Miranda, el cura que me bautizó y con el que he estado cuatro años de pastoral en El Buen Pastor.

La verdad es que muchas veces he pensado si mi ser cura es un deseo personal o una llamada de Dios. Yo me siento vivo, feliz. Ser cura para mí ha sido un regalo. Por eso muchas veces pienso en estas cosas. Pero cuando miro mi vida, mi historia personal, veo que Dios me ha seducido y yo me he dejado seducir. Creo que Dios se ha valido de pequeñas cosas para ganarme. Puedo decir que he experimentado el amor de Dios, que Dios me quiere y eso ha bastado.

Del Seminario Menor a las Peñas

Cuando me ordené sacerdote estaba haciendo la pastoral en el Seminario Menor de formador. Al Seminario Menor le tengo un gran cariño, yo soy de los que cree en él. Pero es muy duro. Viví mis primeros pasos de sacerdote con mucha sencillez y queriendo transmitir mucha alegría. La vida del Seminario te da eso, sencillez y vivir día a día, creciendo poco a poco. Fueron meses de sustituciones aquí o allá. De conocer muchas parroquias. El momento fuerte fue cuando después de un año, sabiendo que la matrícula de los muchachos en el Seminario bajaba y que el equipo de formadores debía reducirse, me llama D. Francisco para hablar del futuro. Las Peñas era mi destino. Empecé a llorar. Nunca había pensado en las Peñas y El Sahúco como un posible destino. En Peñas he sido monitor de las Colonias durante muchos años antes de ser cura, además he venido al Cristo del Sahúco desde muy pequeño a pedirle al Cristo que me ayudase a ser cura, y en las Peñas conocía a mucha gente. Y ahora me mandaban allí: a las Peñas, un sitio donde sabía que me iba a encontrar con muchos proyectos de obras como la casa parroquial y El Sahúco y a los que yo no tenía ninguna experiencia. Yo le dije al Obispo que había pensado en ir a una parroquia de vicario para aprender al lado de un párroco pues venía del Seminario y de parroquia sabía bien poco. Pero el Obispo me dijo que me quería en Peñas para ser “el cura de las Peñas”, nada más. Y allí llegó el cura más joven de la diócesis.

No tengo quejas del pueblo, la gente me quiere. Yo siempre digo que a los curas la gente nos quiere hasta que le hacemos alguna: se nos olvida decir la misa del padre, no podemos ir al entierro del abuelo, la boda no puede ser el día que ellos dicen,… Estoy contento, soy feliz, me siento bien. La gente me quiere y yo les quiero mucho. Y a pesar de olvidarme de alguna que otra misa de funeral de familiares creo que me han perdonado...

Lo bueno que tiene el pueblo de Peñas es que ha tenido muy buenos curas y muy buenas hermanas Hijas de la Caridad. Desde siempre se ha educado en contemplar en la imagen del Santo Cristo del Sahúco, al Cristo Vivo y Resucitado. El Cristo del Sahúco es más que una imagen. Es unidad en el pueblo, es fervor, entrega, fe. El himno del Santo Cristo refleja muy bien lo que supone la imagen en los peñeros y en los devotos del Cristo.

Cristianos de las Peñas
cantemos con fervor
un himno al Santo Cristo
un himno al Redentor.

Postrados a sus plantas
con fe y amor filial
cantemos sus bondades
su inmensa caridad.

Clavado en un madero
su sangre derramó
por dar al hombre vida
un hombre Dios murió
un hombre Dios murió.

Cristianos de las Peñas
venid ante su altar
y llenos de esperanza
digamos sin cesar:

Viva, viva el Santo Cristo
Viva nuestro Redentor.
Viva, viva nuestro pueblo
Viva nuestra religión.

Reconocer en el Cristo al Salvador y Redentor, un Cristo vivo que entregando en la cruz nos dio vida, Jesús que nos habla de amor filial y de caridad y nos invita acercarnos a su altar por medio de la celebración de los sacramentos y de la eucaristía.

En el Santo Cristo se unen muchas cosas como la devoción popular, el ofrecimiento, la promesa, el sacrificio, la esperanza, … Pero hay mucho de seguimiento, de esfuerzo, de búsqueda sincera de las huellas del Maestro. Me considero un andarín, un devoto del Cristo desde muy pequeño. Desde muy temprana edad le he pedido muchas cosas al Cristo, aun le sigo pidiendo otras. Él me ayuda a sentir su presencia viva en la comunidad, en mi interior,… Gracias a su imagen del Sahúco muchos nos emocionamos y nos reafirmamos en nuestro seguimiento. Por eso no me avergüenzo de gritar con fervor: ¡Viva el Santo Cristo del Sahúco! ¡Viva su Santísima Madre!

Sueños y realidades

Mi ilusión es que la gente conozca a Jesús y tengan experiencia de Jesús. La verdad es que sufro mucho y más porque soy muy perfeccionista. Siempre espero más, soy muy exigente con los demás, pero no conmigo mismo, me confieso. Sobre todo, sufro cuando la gente no ha descubierto la importancia del domingo y de la eucaristía. Lo sufro en los niños y en los jóvenes principalmente. Veo que muchos son los sueños y las formas en que me gustaría hacer las cosas pero luego ves que las circunstancias no acompañan.

Quizá lo que más me esté quitando la paz durante este tiempo haya sido tanta historia con las obras de la parroquia de la casa y del Sahúco. El primer año me lo pasé en la carretera todos los días a merced del tiempo, de Albacete a Peñas, con nieve, lluvia, niebla, invierno, verano, rosarios de la aurora,… todo. Supongo que todo lo pude superar gracias a la comunidad de las Hijas de la Caridad de Peñas que son un cielo y un apoyo inmenso. No había ninguna casa en Peñas hasta que Sor Pilar encontró una de alquiler al año de estar en el pueblo. Entonces sí cambió todo. Creo que interiormente estaba más tranquilo.

La Iglesia de hoy

Mi corta experiencia sacerdotal hace que no haya vivido ningún cambio importante en la iglesia. El Papa de toda mi vida ha sido Juan Pablo II. Su muerte ha sido vivida muy intensamente. Muy emotivo todo, el Papa de toda nuestra vida… Aquella celebración, el evangelio, pasando sus hojas por el viento, el grito de cientos de miles de fieles gritando “Santo súbito”…

Uno de los acontecimientos importantes de la Iglesia Española que he vivido de primera mano ha sido la beatificación de los 498 mártires de la persecución religiosa del siglo XX en España. Un antecesor mío, D. Rigoberto, párroco de Peñas, ha sido beatificado entre todos los mártires. Un motivo más para reforzar mi fe y mi esperanza.

Muchas veces pienso en nuestra Iglesia. Estamos viviendo tiempos difíciles, hay mucho desánimo y desesperanza. Parece como si nuestra Iglesia se envejeciera. Algunos dicen que no responde a los intereses de la gente. Pienso también qué cosas debemos hacer en estos tiempos que nos toca vivir para que sigamos siendo la auténtica Iglesia de Jesús. Mis respuestas siempre pasan por confiar más, por no dejar de esperar en el Señor. El mensaje de Jesús sigue siendo una Novedad, una Buena Nueva, pero nos falta regalarla a la gente con cariño, con buenas palabras. A veces no sabemos comunicar o transmitir nuestros mensajes. Nos liamos en discursos, folios y minutos hablando y hablando. Hay que transmitir buenas noticias. El mundo está falto de noticias que nos llenen de esperanza.

No me gusta este nuevo aire laicista que huele en España, este arrinconar a la Iglesia y lo religioso al ámbito privado. Pienso que muchos de los problemas en nuestra sociedad y en nuestros jóvenes y niños viven por una falta de interioridad y de pérdida de lo religioso.

Para mí ser cura es acompañar a la gente. Acompañar y sentirme acompañado. Entiendo el ministerio del sacerdocio como un estar cerca de la gente. Me gusta escuchar más que hablar; y actuar más que proyectar aunque creo que sueño mucho y despierto. Me gusta que la gente que trabaja en la parroquia tenga iniciativa, haga las cosas sin tener que estar encima. Me gusta que la gente colabore y lo haga desde la gratuidad evangélica. Aunque confieso que muchas veces mi propio pecado es no hablar o indicar las cosas, creyendo que la gente ya sabe lo que tiene que hacer. Ser cura es acompañar, aunque yo acompaño poco. La verdad es esa, la teoría es muy buena pero falla la práctica. No soy un cura que tenga a los jóvenes en casa contándome esto o lo otro y pidiendo consejos, ni a los jóvenes ni a nadie.

Me hace feliz cuando la gente cuenta contigo para caminar a su lado. Una de las experiencias buenas que he tenido en este sentido ha sido con el conflicto de la Educación Secundaria en el colegio. Un conflicto de los padres con la Delegación de Educación. Ellos acudieron a mí para ayudarles y he estado junto a ellos en todo lo que ellos han luchado como algo justo y lógico, incluso llegando a encerrarnos juntos en la Delegación Provincial de Educación y Ciencia para que nos concedieran la construcción de un nuevo Centro de Secundaria, (cosa que no hemos logrado, de momento).

Creo también en la vida religiosa, en su tarea y en su testimonio. Para mí las Hermanas de Peñas son un cimiento en la pastoral y también personalmente. Al igual que creo en el presbiterio diocesano. Creo en la amistad con los compañeros sacerdotes, en el acompañamiento pastoral y en el trabajo en equipo en el arciprestazgo. Los compañeros siempre están al otro lado del teléfono cuando estás un poco bajo y necesitas reponer la esperanza.

Para mí los sacramentos son importantes. Oí decir una vez a un compañero que lo mismo que cuando se muere un familiar, no le rezamos en casa y lo llevamos directamente al cementerio; ni la gente se une en matrimonio en su casa,… así lo mismo los demás sacramentos. La comunidad es necesaria. Vivir la fe en comunidad es algo esencial para el seguidor de Cristo. Nuestra fe en Jesús es comunitaria, necesita de la comunidad y de los sacramentos. Los sacramentos como presencia de Dios y como apoyo en los momentos puntuales la vida. Lo que pasa es que estamos administrando muchos “sacramientos” a personas que ni tienen fe, ni están preparadas, ni saben lo que piden. Por otro lado, hay mucha gente que necesita del sacramento, necesita de esa presencia viva y sacramental del Señor. La verdad es que es algo fundamental que deberíamos cuidar mucho más.

Con nuestros obispos siempre me he llevado bien. Siempre he sido claro con ellos cuando he tenido que tratar cualquier tema. Para mí D. Victorio, es el Obispo de mi infancia y de mis primeros pasos por el Seminario. He aprendido de él a estar contento, a preguntar a los demás cómo están, a valorar la eucaristía como lo mejor del día y a ver en el pecado una esclavitud que no nos deja ser libres, y a sentir que el miedo no es malo. Con D. Victorio hablé en mi paso del Menor al Seminario Mayor, él me preguntó si tenía miedo de este paso y no supe que decirle. Pensé que si le decía que no, posiblemente le mentiría y si le decía que sí tenía miedo, daba muestras de debilidad ante la llamada… Le dije que sí, y me respondió que menos mal porque si le hubiera dicho que “no tenía miedo”, me hubiera impedido entrar al Mayor. ¡Qué cosas! Y es que el miedo no es malo, nos puede ayudar a crecer. Miedo a no saber si podremos ser fieles, si llegaremos a la meta, si podremos responder a la llamada del Señor. Desde ese momento el miedo lo veo no como algo que nos paraliza sino como una posibilidad, como un estar en las manos de Dios.

D. Francisco ha sido el obispo de mi ordenación. Yo lo quiero como mi obispo que ha sido. Nos hemos hablado desde la franqueza y la sinceridad y he tenido confianza con él para exponerle mis fracasos y mis inquietudes pastorales. De D. Ciriaco pienso que es una persona cercana y abierta. Una de las cosas que más me ha sorprendido ha sido su disponibilidad. En una tarde, noche ya, en el Obispado terminando el programa de la radio, bajó al despacho y me invitó a subir a casa a cenar. Me dijo “sube a cenar que algo habrá por arriba…”.

Necesitamos una comunidad que escuche

Un cristiano no puede vivir sin la Iglesia, sin la comunidad. No podemos vivir nuestro seguimiento de forma individualista. Estamos en unos tiempos que se lleva lo individual, lo mío, lo que yo pienso. Y parece como si nada ni nadie pueda ir contracorriente de las propias ideas.

Creo que toda persona quiere ser escuchada, quiere que alguien le quiera y le acepte tal como es. Y ese Alguien debe ser Jesucristo y su Iglesia.

Creo en una Iglesia que escucha, que acoge, que acepta, que invita a convertirse y a creer en el Evangelio.

Pienso muchas veces que yo no tengo el remedio para nada. Una Iglesia, un mundo, unos gobernantes,… que son mucho más inteligentes que yo tendrán el verdadero remedio para los graves problemas de nuestro mundo. Remedios no tengo pero si tengo experiencia de cómo trabajo con los jóvenes. Pienso que es quererlos mucho, exigirles más, y proponerles horizontes. Para mí es fundamental buscar espacios para estar con ellos, escucharles y conocerlos. Crear ambientes para que tengan experiencia de Dios. Si nuestros jóvenes no experimentan el amor de Dios serán muy buena gente pero nunca serán cristianos.

Una de las cosas que de verdad me entristece es cuando pregunto a niños, jóvenes e incluso algunos adultos si Dios les ama y dicen que no lo saben. Para mí esa es una gran pobreza. Creo que engancharemos a los jóvenes cuando tengan experiencia del amor de Dios.

Soy cura

Cuando llegué por primera vez al pueblo me gustaba que me dijeran “cura” (ahora a veces lo dudo sobre todo cuando lo dicen algunos chavales a gritos. “¡Eh, cura!”). Yo me presentaba como cura. Me gusta mucho la palabra cura más que sacerdote. Siempre le he pedido a Dios que sea “un cura bueno, un buen cura”. Entiendo un “cura bueno”, como una persona cercana, con bondad, cariño, que quiera a la gente. Pienso que el cura es el que siempre está inventando nuevos caminos para acercarse a los demás.

Mi oración, mi relación con el Señor, parte de la confianza de saber que Él me escucha, que él me quiere. Mi rezar se basa en saber que mi oración es escuchada. Son muchas las tareas y los trabajos, muchos los quehaceres donde me veo ocupado en cosas que son importantes pero que me hacen distanciarme algunas veces de las dos tareas importantes de mi ser sacerdote: la oración y el servicio de la palabra. Mi oración es sencilla, y se completa muchas veces a lo largo del día, de la jornada poniendo el pensamiento y el corazón en el Señor… ya sea en el coche, por la calle, en cualquier instante. Y me gusta mucha rezar en comunidad, junto a otros…

Son muchas las cosas que entristece al sacerdote como es la falta de constancia en los cristianos, de coherencia, el individualismo,… También me entristece que la gente crea y, se lo crea de verdad, que “los curas trabajan media hora y con vino”. Pero creo que lo que más me entristece además de los grandes problemas de la humanidad es la poca importancia que le dan algunos al domingo como Día del Señor. Y lo que de verdad me produce gozo es ver cómo la gente crece en su fe y en su compromiso. Para mí es un gozo inmenso el que alguien te diga gracias por ayudarme a ser del grupo de los amigos de Jesús.

Ser cura no es buscar la aprobación de todos, ni es buscar un club de fans. Ser cura es señalar arriba, a Dios y que la gente pueda descubrir a Cristo. Que la gente cuando se señale a Dios, no se quede mirando al dedo sino que contemplen el Amor Absoluto.

Comentario de la autora Celia Monteagudo:

Así de sencillo y así le gusta que le llamen. Como tantos otros su ilusión es acompañar a la gente, hacer que comprendan el gozo de ser amigos de Jesús. Hay una cierta timidez y sencillez interior que atrajo de un modo especial el amor de Dios, de un Dios por el que José Joaquín se sintió seducido. Ese corazón transparente sabe que el ser un cura bueno significa hacerse cercano a la gente con bondad y nunca una persona que “trabaja media hora y con vino”. Párroco del Sahúco, pero también ha sido primero su devoto, un andarín que corrió tras Él y que decidió seguirle con amor. Lo que más le entristece es la poca importancia que se da al domingo como día del Señor, como momento de pausa interior en nuestra vida. Como él nos dice tan sencillamente “ser cura es señalar arriba”.